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Cuidar és treballar. Teletrabajar no es conciliar

Artículos

2022-06-06

La pandemia ha puesto de manifiesto lo que desde los feminismos llevamos décadas señalando. Que somos las mujeres con nuestro trabajo invisible y no remunerado, o mal pagado, quienes sostenemos la vida. En todas partes.

Con la Covid-19, los roles que representamos históricamente se han incrementado e intensificado sin precedentes. Limpiamos, cocinamos, cuidamos, sostenemos, y las que somos madres ahora también hemos hecho de profesoras, muchas de nosotros además teletrabajando.

Según una encuesta realizada por el Centro de Estudios de Opinión en mayo, con el confinamiento más mujeres perciben que su jornada laboral es más larga, mientras que hay más hombres que declaran que se ha acortado.

La sobrecarga tiene un impacto económico directo. Somos las mujeres las que nos hemos visto obligadas a dejar el trabajo o pedir reducciones de jornada. Pero también, en nuestros usos del tiempo y, por tanto, en nuestro bienestar. Tiene una repercusión directa sobre nuestra salud.

Un informe sobre las consecuencias psicológicas de la COVID-19 y el confinamiento liderado por la Universidad del País Vasco confirma hasta qué punto existen diferencias de género a la hora de analizar el impacto en la salud mental de la crisis del coronavirus. De las 6.829 personas entrevistadas, un 46 por ciento ha experimentado un incremento del malestar psicológico general. Las mujeres informaron de una escalada más acusada: el 12% dijo haber subido “mucho”, frente al 6,8% de los hombres.

Lo hemos detectado en nuestros servicios de atención a mujeres y violencias machistas. En las atenciones durante este período de confinamiento hemos constatado en algunas mujeres aspectos de saturación emocional y una sintomatización de malestar físico. La desigualdad nos hace más vulnerables a la ansiedad, la depresión y el estrés postraumático.

La marca de género la encontramos también en las ocupaciones que han estado en la primera línea de la crisis sanitaria. El Instituto para el Estudio y la Transformación de la Vida Cotidiana contabiliza que en su conjunto, éstas están formadas por un 65% de mujeres y un 35% de hombres.

Más al detalle, la presencia de mujeres y hombres es distinta en la composición de los diversos empleos que dieron respuesta a la crisis. Es el fenómeno de la segregación horizontal. Mientras que los transportistas y bomberos, en su mayoría son hombres, en otros empleos como el personal de limpieza, el personal de residencias de personas mayores, el personal de servicios sociales, el personal sanitario y farmacéutico, el profesorado y la venta de productos está formado en mayor medida por mujeres.

Las mujeres ocupamos los trabajos más invisibilizados, menos reconocidos y peor pagados que se han convertido en esenciales, sin que este hecho haya mejorado la vida de las personas que las desarrollan. A veces, todo lo contrario.

La pandemia ha ahogado más a los sectores más vulnerables. Y nos ha descubierto, por si no lo sabíamos, la delicada situación de millones de personas en riesgo de exclusión social. En este plano, las mujeres seguimos siendo las perdedoras. Somos las que ocupamos los últimos escalones de la economía en general, con trabajos menos reconocidos, peores salarios o vidas laborales irregulares y sumergidas.

Es la situación de las mujeres con empleo temporal, las que trabajan en la economía informal, es decir sin contrato, las trabajadoras del hogar y los cuidados sin ninguna clase de derecho ni garantía social, las mujeres que cobran un 23% menos en salarios y pensiones, las trabajadoras migrantes sin papeles, las trabajadoras sexuales, que han quedado fuera de toda cobertura, o las mujeres que encabezan familias de una sola persona adulta.

Según datos de Quotidiana, casi ocho de cada diez hogares formados por una persona adulta con hijos e hijas son monomarentales. Así, el 79% de estos hogares están encabezados por mujeres y tan sólo el 21% por hombres.

En España, el 10% de las familias son sostenidas por una sola persona adulta y, de éstas, el 82% depende de una mujer. Sin embargo, las familias monomarentales continúan invisibilizadas y poco reconocidas, tanto por la sociedad como por las administraciones. El impacto del confinamiento sobre este colectivo ha sido especialmente grave, sin que se hayan establecido medidas específicas hasta ahora.

En conjunto, desolador. Con la crisis sanitaria y el confinamiento nos dejamos la piel, pero no pudimos evitar el impacto. El modelo socioeconómico patriarcal se ha impuesto y la situación de las mujeres ha empeorado en general y en los distintos aspectos de la vida. Un retroceso en derechos, autonomía y libertades que corremos el peligro de que se cronifique, o empeore.

Desde los feminismos creemos en cambio que, como todas las crisis, es una oportunidad para construir un nuevo modelo social que ponga en valor los trabajos reproductivos. Es necesario repensar las lógicas económicas, sociales y políticas que ya hemos visto que no funcionan. Cambiar el paradigma. Poner la vida en el centro, y no dejar que los mercados se impongan a la sostenibilidad de la vida por el bien de todos y todas.

Los cuidados son el motor de la vida y su reconocimiento el termómetro de una sociedad sana, responsable, inclusiva, avanzada e igualitaria, que permita vidas autónomas, con garantía de derechos y libres de violencias machistas.

 

 

COLABORACIÓN CON REHAMOS FEMINISMO. Artículo de DAE para el primer número de la revista “Incómoda”, del colectivo Refem Feminisme, publicada en septiembre de 2020.

ILUSTRACIÓN DE PATRICIA PICÓN, DE REHAMOS FEMINISMO.