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Maltratos y violencia en relaciones homosexuales

Artículos

2022-06-06

La violencia y los malos tratos dentro de la pareja se han considerado históricamente como un hecho que concernía casi exclusivamente a las relaciones heterosexuales. Son varios los factores que han repercutido en esa situación.
Como fenómeno social, por una parte, debemos tener en cuenta la poca visibilidad de las experiencias de vida respecto a la sexualidad no heterosexual casi hasta entrado el s. XXI. La homosexualidad como vivencia múltiple y variada se visibiliza con importancia mediática y social en el contexto español a finales de la década de los noventa1 del s. XX y con el contexto generado por la aprobación del matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo en 2005. A este aspecto se le suma que la visibilidad social de la violencia en las relaciones de pareja heterosexuales comienza a tomar fuerza a partir de la década de los ochenta del s. XX y en el caso de España -pese a su gran relevancia social y formar parte de la agenda del movimiento feminista- sobre todo, con la repercusión del caso Orantes.

Desde una perspectiva cognitiva existen también una serie de creencias como el informe de la FELGT (2011) sobre violencia a parejas del mismo sexo remarcó, y que han influido y forman parte de este sumatorio, alimentadas por las que conforman el imaginario de las relaciones heterosexuales y que reducen y limitan las biografías relacionales de las parejas homosexuales. Una de las más extendidas es la supuesta igualdad al tratarse de relaciones intragénero, que no contempla las múltiples y variadas vulnerabilidades y carencias que cada sujeto puede arrastrar y que, al mismo tiempo, exterioriza la idea de que muchas actitudes y comportamientos, si se dan, es con el consentimiento y la permisividad directa o indirecta2 de quien podríamos llamar como la víctima, avalada con dos creencias: una que se situaría en la idea de la simetría de condiciones físicas, que comportaría la defensa del agredido/a o la baja intensidad de la agresión; y otra, que focaliza las formas de violencia en la física, excluyendo al resto. Relacionada con esta creencia está el de la violencia cruzada o justificada, en la que la psicológica se ve como una discusión y la física como una agresión recíproca entre ambas partes, de baja intensidad o donde no existe reacción agresiva porque no se quiere.

Tenemos también las creencias sobre los sujetos de la agresión, víctima y victimario, con el imaginario de que las mujeres no pueden ejercer violencia y ser maltratadoras y, por extensión, que si se da, es ejercida por las lesbianas masculinas y, en oposición , que los hombres no pueden ser víctimas de violencia y en caso de serlo, no de violencia física.

Pero aún así, la violencia en las relaciones de pareja homosexuales existe, aunque la propia idiosincrasia de las relaciones entre parejas del mismo sexo nos remite a una serie de características diferenciadas con la que se da a relaciones heterosexuales. Debemos considerar al respecto que, actualmente en la mayoría de casos, gays, lesbianas y bisexuales han tenido unas biografías marcadas por la violencia estructural externa y simbólica que les ha situado en los márgenes sociales y con carencias respecto a las relaciones sexo-afectivas que han colocado a muchos/as de ellos y ellas en entornos emocionales de vulnerabilidad, este hecho, sin embargo, ha necesitado de una determinada resiliencia que, como nos remite Cyrulnik, hace que se consolide una mayor empatía y sensibilidad hacia el otro, aspectos fundamentales en la prevención de diferentes formas de violencia. Otras expresiones remarcables son el entendimiento del compromiso no tan firme cuando no se convive, la temporalidad de muchas relaciones o la configuración interna de las mismas, elementos todos ellos que están en la base de la durabilidad e intensidad de las distintas formas de violencia.

Actualmente todavía existe un déficit de estudios que nos acercan a una comprensión y descripción exhaustiva de las dimensiones de la violencia y del maltrato en estas relaciones. Incluso la prevalencia varía mucho según búsquedas, situándose entre un 25% y un 60%. Esta disparidad, al realizarse muchas investigaciones en los mismos contextos geográficos, puede llevarnos a diferentes hipótesis, también a pensar en las metodologías empleadas y en la necesidad de más estudios que afinan los porcentajes aportando datos más parecidos.

Avanzando algunos de los resultados de una investigación actualmente en marcha que busca profundizar en las diferentes dimensiones que toma la violencia y el maltrato en las relaciones homosexuales, se puede aportar que si bien se dan muchas relaciones donde la violencia y maltratos están presentes, todo tipo, y con diferentes parejas a lo largo del ciclo vital, también se identifican muchas situaciones designadas como formas de violencia y/o maltrato que son percibidas con una intensidad baja3, aspecto que es lo que en diferentes casos prolonga la relación temporalmente, y que la sitúa más con lo que denominaríamos tratos no adecuados o en oposición a una esfera afectiva de buenos tratos basados en la empatía y asertividad, la igualdad y el equilibrio en la relación. Otro aspecto relevante es la no continuidad que se le da a la violencia física, sobre todo a aquella percibida con intensidad, lo que hace no entrar en una rueda de la violencia en la que ésta está presente de forma continuada y que ayuda a situarla se en fases donde ésta se minimiza y naturaliza. Los casos expresados de violencia física apuntan mayoritariamente a un episodio, en algún caso dos y pocos más de dos4.

Muchos de los cuestionarios y entrevistas han puesto de manifiesto la violencia reactiva de un tipo u otro utilizada por muchas personas. Éstas mismas se han identificado en algunos casos como victimarios/as, independientemente de haberla recibido directamente, y habiéndola ejercido con otras parejas. Lo que contrasta con aquellas personas que afirman no haber sufrido ninguna forma de violencia o maltrato y que, en ningún caso, tampoco consideran haberlo ejercido. Resulta interesante este hecho, por una parte dado que en las entrevistas sí se ha podido confirmar en un par de casos formas de maltrato no físicas, pero sí psicológicas, sociales, ambientales (gritos) y sexuales (comentarios humillantes) reiteradas, pero no percibidas como tales, excusándose y exculpándose con la idea de que si hubiera habido alguna forma de violencia o maltrato, la lógica habría sido romper con la relación y no continuar con ella, amparándose con la falsa creencia de la igualdad y el equilibrio entre las partes que componen la relación. Y por otra parte, puesto que la experiencia de la violencia también facilita poder identificarse en los casos de haberla ejercido, a pesar de la disonancia cognitiva que se puede generar para no situarse en ella, al saber de sus efectos y negatividad y por eso negarlo al entrar en conflicto. Éste es un aspecto relevante de cara a la prevención y que nos interpela en la necesidad de crear recursos especializados para aquellas personas que identificándose como victimarios/as, quieren cambiar esta situación, una de las cuestiones también aparecidas en los cuestionarios y entrevistas.

 

Por último, señalar como en la investigación, y como forma de prevención de relaciones no sanas o tóxicas, se ha expresado la ruptura de muchas de ellas cuando se han observado determinados comportamientos y actitudes como celos u otros que podrían ser la semilla de relaciones con tratos no adecuados, lejos de lo que consideraríamos buenos tratos o como germen de posibles y/o potenciales relaciones de violencia o maltrato. Este hecho vendría dado por los elementos y características ya señalados anteriormente que conforman muchas de las relaciones homosexuales y también, como en las entrevistas se nos ha remarcado, por una no elevada dependencia emocional (principalmente antes de establecerse fuertemente la relación según los relatos de las entrevistas) y determinada facilidad al encontrar y/o mantener relaciones sexuales y afectivo-sexuales (aunque en menor medida y diferente según sexo/género, remarcándose también la dificultad de establecer relaciones de pareja en muchos casos y según determinadas características personales), facilitada con las aplicaciones de contactos sexuales y relacionales.

Bibliografía:
Arrandis Garcia, J.: 2020. Las no parejas como forma de pareja. nosotroslavoz.com.
Cyrulnik, B.: 2015. Las almas heridas: las huellas de la infancia, la necesidad del relato y los mecanismos de la memoria. Gedisa.
Rebollo Norberto, J. y Gómez García, B.: 2011. Informe sobre la situación de la violencia en parejas del mismo sexo. FELGTB.

JOSEP ARRANDIS GARCIA. Es trabajador social. Ha estudiado antropología, estudios de género y diferentes corrientes terapéuticas. Ha sido trabajador del Servicio de Intervención Especializada (SIE) de Igualada y colabora con Mujeres Con Empuje en el Área de Formación, Asesoramiento y Consultoría. Escribe en distintos medios e investiga en violencias y estudios de género.