Hace más de un año, en un encuentro de mujeres que no se conocían, ocurrió algo curioso. Cuando se presentaban unas a otras, tomaban la palabra, decían sus nombres y a continuación decían sucesivamente: “soy madre de una niña de dos años”, “soy madre de un chico de 14 años”… etc, constituyendo así una serie materna que las incluía a todas.
Pasado un tiempo, las mismas mujeres volvieron a reunirse con la novedad esta vez de la inclusión en el grupo de tres nuevas personas. Cuando las recién incorporadas se estaban presentando, estallaron las risas entre las mujeres que ya habían hecho un trabajo en el grupo, ahora ya más divertidas y advertidas de la feminidad, decían a las nuevas: “parecía que retornábamos al pasado, era como mirarnos a uno espejo, vernos en una imagen antigua, nosotras mismas cuando nos presentamos hace tiempo, cuando la única cosa que se nos ocurrió fue decir que somos madres y nada más”.
Ideales transmitidos de madre a hijas
¿De qué se trata cuando hablamos de la transmisión de los ideales de madres a las hijas? De entender que a lo largo de la historia fueron los hombres, juristas, médicos, teólogos, filósofos, sabios, hombres de diversos campos de conocimiento, antiguos y modernos, los que con sus dogmas han definido obstinadamente qué son las mujeres. Y por encima de todo, lo que debían hacer con sus cuerpos que procreaban. De este modo ellos decidían mediante sus conceptualizaciones y sus ideologías que la verdadera esencia de la mujer era procrear.
¿Qué tiene de natural ser madre?
Explica Ruiz (2006) que las mujeres debían entregarse a esta función natural y dar su fruto a una cultura de la que quedarán excluidas, dada su inferioridad biológica, intelectual y moral. La maniobra era uniformar bajo la misma condena, escasos derechos y muchos deberes. Es la mejor estrategia que encontró el poder masculino para situar a la mujer en un demoniaco pedestal de idealización, que no es otra cosa que la antesala de la degradación. La lista de las supuestas virtudes femeninas es larga: la abnegación, el sacrificio, el desvivirse en el cuidado de las relaciones afectivas tanto en el hogar como en la vida social… De este modo, la ternura, la dulzura, la buena disposición de acoger el otro/a, la paciencia, el pudor, saber callar, etc, no serían una opción hecha por la mujer, no serían posibles virtudes de su subjetividad, ni se deberían a la disponibilidad de un deseo que ha hecho esa apuesta por la vida y sabe amar, sino que constituirían deberes que la esclavizan y la culpan en la medida en que no cumple con ellos.
Estos ideales a los que se atribuye un carácter “natural y universal” son los que la elocuencia masculina despliega en muchas ocasiones para exaltar a la mujer amada, pero son también los mismos que servirán para tiranizarla o reprocharla. Hablar de “verdadera mujer” es la estrategia del poder masculino, pero también es la estrategia neurótica por excelencia. Estrategia que al rechazar la diferencia sexual en el encuentro con el otro sexo, aparta la demanda de amor de una mujer y la coloca en su lugar un ideal. Resultado: la mujer amante no puede competir con esa otra “verdadera mujer” que no es sino la evocación nostálgica y desesperada de la madre omnipotente o, como diría Freud, de la madre como representante del “objeto perdido”, única definición posible del objeto de amor.
Efectos subjetivos de los ideales impuestos
Los ideales transmitidos en la cultura a lo largo de los tiempos, comenta Ruiz (2006), condicionaron una manera de estar y han configurado un ideal de yo que cualquier mujer que se preciara debía perseguir, aun cuando fuese inalcanzable. Ella debía cumplir con ciertos mandatos imperativos si no quería vivir en un eterno conflicto entre su deseo y la obediencia debida. El superyó, instancia psíquica que recoge las identificaciones ideales y las prohibiciones que transmiten las figuras de autoridad, conforma la conciencia moral del sujeto. En consecuencia, todas las pretensiones de determinar la esencia de la mujer dan lugar a esta conciencia moral de lo femenino, de manera que los intentos de definir su esencia dan pie a construcciones superyoicas del femenino.
Teniendo en cuenta que los contenidos del superyó establecen las normas que fijan lo aceptable y lo reprobable en el orden moral – prescribiendo como mandato de género entre otras cosas el cuidado de la vida y de las relaciones, la entrega, etc – se entiende que el incumplimiento de dichos mandatos genere un conflicto básico caracterizado por el sentimiento de culpa que resulta de la transgresión de los mismos, así como el sufrimiento que surge cuando no se alcanza los ideales.
La autora Ruiz expone también otro intento de definir la esencia de las mujeres, esta vez por el lado de la indefinición, convirtiéndola entonces en representante de un mundo desconocido e inaccesible, alimento de los más insondables temores. Así pues, las ideologías de género se han nutrido tanto del “naturalismo” como del “esencialismo”, “en un permanente esfuerzo por aniquilar el deseo femenino”.
Ser madre no equivale a ser mujer
A diferencia de Freud que homologó madre y mujer, Jacques Lacan en sus escritos posteriores cambia esta perspectiva e introduce una nueva conceptualización que establece una diferencia separadora entre la mujer y la madre. “Es precisamente este impase el que Lacan quiere superar. En lugar de resolver la cuestión femenina por la vía de la madre, se trata de considerar la posición femenina en su especificidad, más allá de la madre” (Laurent, 2014).
En su escrito Briole (2018) cita a Jacques Alain Miller, que a su vez se refiere a Lacan en relación a la pregunta qué es una “verdadera mujer”. Responde que, desde el punto analítico, “una verdadera mujer no es la madre. Indica que es la Vox populi la que dice que para ser mujer hay que vivir con un hombre y tener hijos. En este sentido la madre sería una mujer plena. Pero desde el punto de vista del psicoanálisis se diferencia entre madre y mujer.
Dando un poco más de luz a este tema que no es fácil y que una sabe de él por sus vivencias, la psicoanalista Soler (2006) explicita que el ser madre muchas veces “resuelve la falta del no tener”, bajo la forma del niño/a, como un sustituto de aquello que falta, “del objeto fálico que le falta”, si bien el ser mujer de la madre no se resuelve enteramente por tener este sustitutivo.
Mujer, Madre
En su artículo Briole argumenta sus afirmaciones, explicando que la madre está del lado de la que tiene, del lado de la abundancia. Por el contrario la mujer, “la verdadera mujer”, es por excelencia la que no tiene, es la que hace algo con ese “no tener”.
En el desarrollo que va haciendo del tema, dice que la madre está del lado de aquella a quien se demanda, mientras que la mujer es a quien se desea. Aunque se venera y celebra la madre, es también aquella a la cual no se toca.
Por lo que corresponde a la segunda, la mujer, por ser la deseada es también la que en contrapartida resulta ser reprobada; “la que, si bien “on la dit-femme”, “se la dice mujer”, “on la diffâme”, “se la difama”, según “la expresión afortunada de Lacan”.
Hablando de las madres y también de los padres.
Los ejemplos que cita el autor Briole ayudan a esclarecer cómo eso se da en la escena de la vida. De uno de sus analizantes dice “que para conservar el amor de su mujer, se precipita en convertirla en madre. Así, inconscientemente, escapaba a la castración no teniendo que ponerla en juego, mostrándose él deseante. La opción elegida estaba sobre la otra vertiente, la de hacer de padre al lado de la madre, ocuparse con ella de los cuidados dados al hijo,…”.
Otro caso interesante es el de un analizante que “hace de un gran momento de tensión en su pareja el motivo de su demanda de encontrarse con un analista”. Comenta que “los celos lo corroen, cómo esta mujer, a la que él “ha hecho madre tres veces”, llega hoy a ocuparse menos de los hijos y a decir de su ¡insatisfacción de mujer! “Adora” a la mujer que hay en ella y ha fracasado en el intento de emparedarla en la figura de “una madre admirable”…”. Es “allí donde él la quiere “admirable”, en la vertiente madre, que ella busca ser “admirada”, por lo menos “mirada” en tanto que mujer por un hombre, es en este punto donde se nutren sus celos.
Dice el analista que el paciente intenta en sesión convencerse de que la desea y que “querría hacerle el amor” todos los días. Hay un detalle que falta en estas quejas, “este deseo surge en él cuando toma conciencia de que el deseo ya no está más en su mujer, ella no lo desea más”.
Dilucida que para el analizante lo que se le hace evidente es que ella podría desear en otra parte. Al modo de una reedición de un “edipo infantil, cuando al niño no le queda más remedio que admitir que su madre, por sus idas y venidas, le hace saber que desea en otro lugar”. Se ve la confusión de papeles y como eso se vuelve a repetir en la pareja. Sus celos y la vigilancia se vuelven más fuertes y lo justifica por “¡la urgencia del rescate de la unidad familiar!” Aparece su “lado padre de familia irreprochable con su reverso: “¡¿Cómo puede ella hacernos eso!? He aquí embrollados un padre del deber, que relega su propia cuestión,…”.
Al parecer este hombre no se pregunta sobre su deseo en el lugar de hombre. Más bien se pregunta desde el lugar “padremadre”, y se pregunta “cómo hacer que el objeto de sus celos renuncie a sus pretensiones de mujer. No retrocede ante la posibilidad de pensar lo peor, de tan fuerte que es su sufrimiento por esta pérdida que aviva cada día el desafío de la rebelde”.
Refiere el analista que para este analizante es como si “la sombra de la madre hubiera caído sobre la mujer”. La posición que surge es paradigmática al revelar lo que – también por supuesto por parte de las mujeres – no es comprendido: este punto que Jacques Alain Miller resalta “no hay solapamiento entre “llegar-a –ser-madre” y el “ser mujer”.
Solamente algunas referencias
Este tema es vasto, aquí he situado algunos rasgos para hacerse una primera idea del tema. También para tener en cuenta que la actualidad ofrece muchas otras referencias, si bien conviene tomar en consideración que los imperativos se repiten enmascarados y presentados como una novedad.
Son muchos discursos que se han ocupado a lo largo de la historia hasta nuestros días de imponer los dictámenes de cómo hay que vivir, de cómo hay que gozar, etc, en un intento inconsciente por un lado y consciente por otro de tapar la diferencia sexual, la imposibilidad de completarse hombre y mujeres como si de la unión de dos medias naranjas se tratase. Esta dismetría podría estar ocultada por la pareja madre-hijo/a. Se ve a menudo en la clínica que a muchas mujeres les desaparece el deseo sexual después de acceder a la posición de madre. Es como si la mujer estuviera desapropiada, como si se quedara sin recursos subjetivos. También de otra manera a algunos hombres les puede pasar algo parecido.
En los fragmentos citados se puede captar el enredo del sujeto que tiene que hacerse con este algo que le asombra, que le cae encima, donde se aturde por el malestar, pero que a la vez es positivo, pues le empuja a preguntarse.
En los ejemplos dados, los sujetos estaban en un dispositivo que les daba la oportunidad de poder hacerse responsables de su historia, e incluso de descubrir el sometimiento a esas cadenas discursivas, así como a ese otro malestar al que no se sabe poner nombre, pero del cual uno siente sus efectos incómodos en el cuerpo y en las repeticiones que se dan en la vida.
BIBLIOGRAFÍA
- Briole, G. (2018). El reverso de las madres, hoy. Recuperado de http://fcpol.org/26-el-reverso-de-las-madres-hoy-guy-briole/
- Soler, C. (2006). Lo que dijo Lacan de las mujeres. Buenos Aires: Editorial Paidós
- Laurent, L. (2014). La mujer más allá de la madre. Recuperado de http://nel-medellin.org/la-mujer-mas-alla-de-la-madre/
- Ruiz, P. (2006). El maltrato a la mujer. Madrid, España: Editorial Síntesis.
VALÉRIA FERREIRA. Psicòloga i Psicoanalista. Acreditada Psicòloga Sanitària. Membre de l’Associació Catalana per a la Clínica i l’Ensenyament de la Psicoanàlisi (ACCEP). Entre els varis estudis i publicacions, destaquen el Màster en “Estudios de la diferencia Sexual”, amb aprofundiment, des de l’antropologia i les ciències socials, en la Teoria de Gènere i la relació del social i cultural amb el femení. También el Máster en Teoría Psicoanalítica. Investiga el tema de “Los mecanismos psicológicos que actúan en las mujeres que están en posición de víctimas de violencia machista” dins del Doctorat Psicologia de la Comunicació i Canvi a la UB.