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¿Quién es el enemigo? Claves para un feminismo de la emancipación

Artículos

2024-04-09

“Mi pregunta a los feminismos, ¿es posible pensar en un mundo no
patriarcal que no consista en tomar el poder de los hombres?”
Rita Segato

Hace algunos meses participé en un curso impartido por Clara Serra, filósofa feminista, llamado ¿Quién es el enemigo? Claves para un feminismo de la emancipación. Dones Amb Empenta me ha invitado a escribir sobre lo que me ha aportado el curso. Intentaré transmitirlo en estas líneas.

El título del curso es provocador porque “el enemigo” es ese significante utilizado desde el poder especialmente en las guerras y en política. Pero también en la vida cotidiana encontramos “las enemigas”, la vecina gitana puede ser la enemiga de la vecina española, o la mujer que busca su libertad puede ser la enemiga de un machista. El enemigo o la enemiga es el problema de la otredad, de la convivencia entre diferentes. Uno de los grandes problemas de la condición humana es esta alteridad fundamental.

El objetivo del curso apuntaba a no dejarnos engañar por los discursos que afirman que el enemigo de los feminismos son los hombres, y que patriarcado y hombres son sinónimos. Como bien señala la antropóloga Rita Segato, los hombres también son víctimas del mandato de masculinidad que el patriarcado les impone desde edades tempranas. También son víctimas del sistema económico neoliberal y de la necropolítica[1], que rompen todo vínculo amoroso priorizando la acumulación por desposesión.

El curso comenzó con unas preguntas: ¿qué feminismo emancipatorio es el que habría que poner a funcionar en estos tiempos de neoliberalismo especulativo y de biopolítica? ¿Cómo entender la masculinidad que se deja arrastrar por los discursos de las ultraderechas, que carga contra las mujeres y los migrantes? ¿Qué pasa cuando algunos feminismos pretenden volverse hegemónicos o de vanguardia atomizándose en una ilusión identitaria? ¿Estamos dejando a un lado las categorías de clase y raza al analizar el papel de los feminismos en las luchas emancipatorias actuales?

 

¿Feminismo de emancipación y feminismo de empoderamiento?

Para intentar responder estas interrogantes acudimos a Bell Hooks, una autora imprescindible para entender la expresión feminismo de emancipación, que no es lo mismo que feminismo de empoderamiento. Hooks plantea que el feminismo no puede dejar de lado las nociones de clase y raza, y que hay un clasismo no sólo económico sino también en el monopolio del conocimiento. Uno de los problemas con el feminismo académico es que sus desarrollos teóricos quedan inaccesibles para las mujeres de abajo. Si bien es necesaria la producción teórica desde la  academia, no deja ser problemático el hecho de tener como objetivo prioritario la publicación del mayor número de tesis y “papers”, que el de llevar los desarrollos teóricos a las mujeres trabajadoras y marginadas con un lenguaje sencillo, accesible, legible, reduciendo la brecha entre la “alta cultura” y la “cultura popular”.

Hooks establece una diferencia entre las autoras feministas populares y las autoras feministas populistas. Las primeras son aquellas que elaboran desarrollos teóricos en base a la vida cotidiana de la gran mayoría de la clase trabajadora. Las segundas conforman la nueva vanguardia feminista que se enquista en las instituciones políticas y académicas distanciándose de las  luchas cotidianas de la calle, los colectivos, las asociaciones de vecinas, las cooperativas, etc. Aquí confluyen visiones conservadoras que olvidan o no quieren saber nada de la pluralidad de las luchas emancipatorias.

Esto se evidencia claramente cuando se debate el asunto de la prostitución sin contar con las prostitutas, además de toda la carga imaginaria que hay alrededor de LA PUTA incluso en los sectores llamados progresistas. Una postura emancipatoria ante el debate abolicionista de la prostitución podría ser la propuesta del colectivo Mujeres Creando de Bolivia, un colectivo plural que afirma que “necesitamos una alucinante complicidad horizontal con las putas, ya que de otra manera caemos en la trampa de infantilizarlas y cosificarlas”. Y tal como afirma la filósofa Laura Llevadot, a los feminismos de emancipación les convendría escuchar más a las putas porque tienen un saber sobre la masculinidad, de ellas podemos todas/os aprender algo valioso.

La Homogeneización con pretensiones de universalización es justamente lo que ha llevado a las sociedades a congelarse en el molde de la machocracia más rígida que dicta una visión única y una versión única de la sexualidad y de la sociedad, donde la apropiación y la acumulación no tienen límites. Rita Segato nos recuerda en este sentido, la lógica de el UNO y sus otras. Las mujeres son la otredad del UNO patriarcal que castigará y perseguirá a quien rompa este molde unitario y cerrado. Por tanto, ellas siempre están bajo sospecha, habrá que disciplinarlas en nombre de la moral, la familia nuclear, la unidad de la patria, la unidad identitaria nacionalista, la religión monoteísta, etc. Pero es justamente la otredad como alteridad fundamental en los vínculos humanos lo que sostiene las luchas emancipatorias, es el fundamento de la capacidad de rebelión.

¿Es entonces el empoderamiento el único objetivo de las luchas feministas? Es una tentación acceder a los puestos de poder históricamente ocupados por hombres. Una vez que las mujeres llegan allí, la maquinaria las arrastra a repetir la lógica del “UNO y sus otras”, como pretenden los feminismos de la cooperación internacional en los países del sur del mundo, o como vemos en los lobbies de ONU Mujeres con el eslogan del “empowerment” sin tocar el modelo económico. ¿Qué empoderamiento o qué emancipación puede existir si no se modifica el modelo económico-social actual? Las soldadas israelíes están orgullosas de formar parte del ejército de su país en nombre de la defensa y la seguridad nacional. Han llegado al fin, con mucho esfuerzo, a este lugar históricamente ocupado por hombres. ¿Qué sentido tiene haber llegado allí si leen la misma partitura que sus compañeros, de dónde sale la música fúnebre con la que aniquilan al pueblo palestino? Entonces, este tipo de empoderamiento de las mujeres no lleva a la emancipación, lleva a repetir las prácticas del poder patriarcal más rígido y peligroso.

 

Hombres blancos cabreados

Si tenemos presente que el patriarcado no es sinónimo de los hombres, y que víctima no es sinónimo de mujeres, entonces el enemigo de los feminismos es el sistema económico y político neoliberal actual, que utiliza a los hombres como instrumentos para ubicarlos como “machos cabreados frustrados” que odian las diferencias. Y vale decir que muchas mujeres se ubican también dentro de esta lógica.

En este punto Clara Serra abordó la propuesta de Michael Kimmel, sociólogo estadounidense, quien publicó el libro “Hombres blancos cabreados” en 2016. Kimmel entrevistó a seguidores de Donald Trump en EEUU y concluyó que el ascenso de las ultraderechas se ha dado gracias a dos sentimientos colectivos, la superioridad y el victimismo. Nos recuerda la categoría de la sociología científica que ha sido utilizada para explicar las revoluciones, la privación relativa, según la cual las revoluciones no son iniciadas por las personas de condición más empobrecida, ya que no son ellas/os quienes se rebelan de entrada contra el poder, (puede que se unan a la rebelión más tarde), sino que las revoluciones las inician aquellos colectivos que todavía tienen algo que perder.

Esta privación relativa activa el deseo colectivo de querer lo que tiene el de arriba en la escala social ligado a un sentimiento de justicia/injusticia. En la actualidad las clases medias y las clases trabajadoras precarizadas experimentan la misma privación relativa, pero sin mirar hacia arriba en la escala social para rebelarse contra quienes se enriquecen gracias a su explotación. La mirada ha cambiado y ahora se mira hacia abajo. El/la de abajo mira al de más abajo aliándose con los de arriba, lo que le permite experimentar a la vez superioridad y victimización. Mira hacia abajo y rechaza identificarse con algo que tenga que ver con la precarización, aunque esta sea su realidad económica. Además, se consideran apolíticos (“no quiero saber nada de política”, “no soy ni de derechas ni de izquierdas”, “no soy machista ni feminista”), lo que dificulta la organización y la capacidad de rebelión.

La lucha por escalar hacia arriba con la utopía de cambiar el sistema, como ocurrió en el siglo XX, ha mutado hacia la lógica de evitar perder lo poco que se tiene, asumiendo una posición de conservación reaccionaria para evitar una caída mayor, acompañada de un sentimiento de indignación nostálgica (“antes estábamos mejor”, “antes no había tantos migrantes”, “antes las mujeres estaban tranquilas en casa cuidando a las hijas/hijos”), y sin asumir ninguna responsabilidad por la situación individual. Esto lleva a culpabilizar a las/los negras, las feministas, las/los migrantes, las/los trans, las/los musulmanes.

 

¿La guerra entre los hombres y la guerra contra las mujeres?

En la última clase del curso Clara Serra recordó que históricamente la paz entre diferentes comunidades se lograba gracias al intercambio de mujeres. Ellas eran la mercancía (y lo siguen siendo en muchos contextos socioculturales en la actualidad) que permitía el pacto social entre patriarcas. Esto permitía largos tiempos sin guerras a condición de que las mujeres se sometieran a este contrato social, que a la vez es un contrato sexual. Los hombres pactan su igualdad de intereses, pero en la letra pequeña de este contrato social está la dominación hacia las mujeres.

¿Una politicidad en clave femenina[2] conseguiría acuerdos de paz más duraderos? Podríamos plantear la hipótesis de que sí sería posible, ya que la feminidad se relaciona con la vincularidad, con sostener lo vivo dentro de las comunidades. Sin afán de idealizar la feminidad una politicidad en clave femenina resulta fundamental para los procesos de emancipación, lo femenino concebido más allá del sexo y el género, más allá de la biopolítica. Cualquiera que se posicione del lado femenino puede cuestionar de un modo diferente al UNO patriarcal porque no se deja atrapar del todo por el molde de la totalización masculina. Si un hombre se posiciona de este lado del río también puede hacer una politicidad en clave femenina, así como una mujer puede ponerse al servicio del UNO patriarcal, como Isabel Díaz Ayuso o Marinne Le Pen en el contexto europeo, como Dina Boluarte y Janine Añez en el contexto sudamericano.

Serra regresó a Rita Segato en su libro “La guerra contra las mujeres”, donde estudia a fondo el caso de Ciudad Juárez en México. La forma como se produjeron los feminicidios en serie y cómo fueron exhibidos esos cuerpos, implica una violencia instrumental acompañada de la pedagogía de la crueldad, que consiste en enseñar a otros las estrategias para apropiarse del territorio y de las mujeres, y así tener el poder económico y político. Cuando los hombres conforman bandas como los narcotraficantes, y se disputan el poder, se pone en evidencia la verdad del capitalismo. ¿Cuál es la verdad del capitalismo que tantas/os pregonan como sinónimo de libertad y democracia? La verdad del capitalismo es la guerra según Segato. No hay capitalismo sin guerras. Son dos engranajes que se retroalimentan permanentemente.

Finalmente, puedo decir que el curso me hizo reflexionar sobre el trabajo que realizo en DAE donde me encuentro con algunas mujeres que buscan su emancipación y la de sus hijos e hijas. Algunas de ellas quieren salir de la posición de víctimas para construirse una posición diferente en relación a los demás/as, que les permita poner en cuestión su UNO familiar, su UNO de la pareja, su UNO de la sociedad, el UNO de la violencia. Se acompaña estos caminos desde la función de psicoterapeuta, para que ellas mismas puedan dejar el lugar del sometimiento, de la servidumbre voluntaria que responde al imperativo superoyoico (en el sentido psicoanalítico) del deber-ser-la mujer y deber-ser-la madre según el discurso del Amo.

Ellas derrotan al enemigo cada vez que logran preguntarse, ¿cuál ha sido mi papel en la violencia que he vivido? ¿qué puedo hacer con lo que hicieron de mí? ¿Cómo pensar mi sociedad después de un proceso de recuperación de la violencia?

Hace poco una de ellas expresaba: “después de todo lo que he podido analizar aquí no permito nunca más que nadie invada mi tiempo y mi espacio, porque sin tiempo y espacio no hay libertad”. Otra pudo decir: “Lo mejor que he podido hacer es cortar todo contacto con él, aunque eso me haya costado que mi familia me quite su apoyo. No entienden que un maltratador no puede ser un buen padre”. Y otra cuestionaba: “No entiendo por qué cuando ellos usan a los hijos para hacernos daño la justicia mira para otro lado, y a nosotras se nos acusa siempre de manipular a nuestros hijos. La justicia les da la custodia de los hijos a los más violentos…”.

 

PAMELA IDROBO DUEÑAS. Psicóloga i Mst. en Antropología, Investigación Avanzada e Intervención Social; psicòloga de l’àrea d’atenció especialitzada en violències masclistes de Dones amb Empenta.

 

[1] Necropolítica es un término propuesto por el sociólogo camerunés Achille Mbembe: “El término, necropolítica, lo usé, por primera vez, en un artículo que fue publicado en Public Culture, en 2003, una publicación estadounidense. Había escrito el artículo inmediatamente después del 9/11, mientras los Estados Unidos y sus aliados desencadenaban la guerra contra el terror que luego resultaría en formas renovadas de ocupación militar de tierras lejanas y en su mayoría no-occidentales (…) las depredaciones de la globalización neoliberal, las formas de violencia que conlleva, incluso la privatización de la esfera pública, el fortalecimiento del estado, y más allá su reestructuración económica y política por el capital global”. (Chávez, H. 2013. Necropolítica. La política como trabajo de muerte).

[2] Politicidad en clave femenina es una expresión de la Rita Segato.