Tenemos clarísimo cómo criar y educar hasta que nos toca hacerlo en primera persona. Ahí empiezan las dudas, las preguntas, las contradicciones, la culpa, la soledad y todo lo que acompaña esta nueva etapa del ciclo vital.

La crianza no es sólo acompañar a las niñeces desde el origen, con todo lo que eso significa, sino también, volver a nuestro propio origen, reencontrarnos con nuestra infancia y nuestras primeras experiencias conociendo el mundo. La crianza es encontrarse donde hubo y sobretodo donde faltó. Por esto, criar remueve, revuelca y nos transforma tanto.

La crianza es una experiència vital que nos atraviesa, abriéndole la puerta a la soledad: un sentimiento común a muchas personas que aún sabiendose acompañadas en la crianza, se sienten solas.

Nos sentimos solas ante la enorme responsabilidad de acompañar a un ser, que además depende en cuerpo y alma de nosotras para sobrevivir, al menos los primeros años. Nos sentimos solas ante esa demanda absoluta, masiva y aplastante. Nos sentimos solas ante la imposibilidad de escaparnos, posponer o cancelar 5 minutos, el compromiso de criar.

Sin embargo, este sentimiento de soledad nos invita a pensar(nos) desde el límite y en el mejor de los casos aceptar que no podemos con todo.  A pesar de que la demanda se nos presente como masiva, nunca podremos dar una respuesta que lo abarque todo. Aquello que nos imaginamos como un modelo de crianza ideal, tarde o temprano debe caer al encuentro con la crianza real: los llantos interminables, las noches sin dormir, las tensiones y diferencias con las otras figuras de crianza, nuestros propios enojos y nuestras profundas angustias. En el encuentro con nuestra falta es donde estamos solos y soles y la crianza nos encuentra allí.

Si al desafío de la crianza le agregamos aspirar a hacerlo de manera respetuosa, ya podemos arremangarnos porque si hay algo de lo que poco sabemos en nuestra sociedad, es de respetarnos. El respeto, como bien se define tiene que ver con la idea de autoridad y así lo tenemos asociado. Respetamos a otro que consideramos como mínimo igual a nosotres, igual o superior. Pero en nuestra sociedad adultocentrada, parece que el respeto por las niñeces, no sólo hay que agregarlo como un ingrediente extraordinario a la crianza, sino que además cuesta horrores ponerlo en práctica, en especial a los ojos de otros adultos.

A veces me da la sensación de que lo que para mí es respetar a una criatura (y a una misma) para muches es sinónimo de malcriar…

¿Existe la posibilidad de malcriar, o es un concepto que da cuenta de ciertas carencias en nuestra propia crianza? Hemos interiorizado que mimar demasiado y consentir es sinónimo de malcriar.

Mimar a alguien es dar muestras del amor que sentimos por esa persona, ya sea con caricias, abrazos, besos o bien con un regalo, compartir una actividad especial, dedicar un tiempo exclusivo, etc. ¿A partir de cuantas caricias o abrazos se considera malcriar? ¿Cuántos mimos serían demasiados?

Algo parecido pasa cuando pensamos en consentir a alguien: pensamos en darle lo que quiere, que generalmente se interpreta en términos de capricho. Sin embargo, consentir es “sentir con” es decir, ser capaz de sentir lo que siente la otra persona y compartir ese sentir. Muchas veces estamos frente a situaciones con criaturas que quieren algo que no les podemos dar. En la mayoría de estas situaciones quienes más dificultades tenemos para manejar la frustración somos las adultas. Las criaturas tienen un asombroso poder de adaptación, lo único que necesitan es saberse comprendidos y saberse amados incondicionalmente. Necesitan confirmar que su figura de apego ha decodificado el mensaje y lo importante del mensaje no es tanto el objeto o la acción en sí, sino ese deseo que están expresando. Éste es el que se ha de consentir. Sentir con. Ofrecer escucha, indicar que ha llegado el mensaje y que haremos todo lo posible para cumplir ese deseo, garantizando obviamente la seguridad, la salud y un bienestar común.

Entonces, claro que hay que consentir, lo más posible. Cuanto más haya sido escuchada y comprendida una criatura, cuanto más se haya compartido su sentir, mayores serán los recursos para luego tolerar la frustración. Esto no significa de ninguna manera darle todo lo que pide… básicamente porque es imposible. Significa simplemente ser capaces de compartir ese sentir, aunque sea enojo, frustración o tristeza y acompañar, contener, tejer un borde amoroso, sincero y respetuoso.

Qué curioso que consentir y consentimiento compartan una misma raíz y también una misma dificultad a la hora de verse respetada la legitimidad de ambas.

Consentir a una criatura es un acto que muchas veces se desprecia, se asocia a una debilidad en la voluntad, se desaprueba. Dar consentimiento a otro adulto, en cambio, la mayor parte de las veces es algo que se nos impone, a tal punto que para muchas cosas, ni se nos pide consentimiento, se da por sentado.

Tanto el consentir como el consentimiento nos acercan a los límites. Cuando consiento a otra persona, indicando que comparto su sentir, escuchando lo que quiere y respondiendo desde la empatía, estoy tejiendo un límite afectivo, un borde amoroso que servirá de base desde donde seguir tejiendo otros bordes y ampliar las redes. Cuando pido consentimiento, para tocar otro cuerpo, estoy reconociendo un límite fundamental: el cuerpo como un territorio que no es el mío. El cuerpo del otro no me pertenece, por más que sea el de mi criatura, el de mi amante o el de mi paciente. El único cuerpo que me pertenece es el mío, por tanto, es fundamental pedir consentimiento y es fundamental respetarlo.  Del mismo modo, es esencial que podamos decidir sobre nuestro cuerpo dando o no consentimiento.

Reconocer nuestros propios límites, respetarlos, así como entender a otra persona y respetar sus límites, es resultado de nuestras experiencias afectivas más tempranas. Cómo nos hablaron, cómo nos consintieron, cómo se acercaron a nuestro cuerpo, cómo nos pidieron permiso, cómo nos autorizaron, cómo nos reconocieron. Así aprendemos a relacionarnos con los demás y a respetar(nos). Así empezamos a tejer bordes y entender los límites. Así aprendemos a sentir con las otras y nosotras mismas.

 

LUCIANA RODRIGUEZ. Orientadora familiar de l’Àrea d’atenció a les famílies de Dones amb Empenta.

FOTOGRAFIA DAE. Espai del taller Compartim la Criança, que actualment realitzem amb famílies de nadons de 0 a 1 any, i infants d’1 a 3 anys.