¿Nos enseñan algo las Pasiones? 

Este escrito es un intento de utilizar algunas referencias teóricas para pensar las pasiones humanas y sus efectos en la cultura, en la sociedad y en la vida personal.   

Evocaré a Jacques Lacan que a partir del discurso filosófico fundamentó las tres pasiones del ser: amor, odio e ignorancia. No van nunca solas, se entremezclan, sobre todo en lo que se refiere al amor y al odio.  

Explica Assef (2014), que además de este entrecruzamiento complejo de las pasiones, también podríamos señalar que la pasión por la verdad, o mejor dicho amor por la verdad, es la semilla de la pasión del odio, entonces pretender que una verdad sea la única válida enciende la primera chispa del odio al que no piensa igual, al que no acuña mi verdad, al diferente.  

En la historia eso se puede ver, en varias situaciones, desde la animosidad entre varios grupos religiosos, a las guerras fratricidas, etc. El autor comenta que en la actualidad, la pasión del odio, particularmente del odio a la diferencia, impregna la cultura contemporánea, más allá de los esfuerzos de las corrientes de estudios multiculturalistas y los intentos de legislación y administración de diversas políticas de tolerancia y respeto por las diferencias.  

Situando las pasiones

Aclara Izcovich (2018) que una de las cosas importantes en el acercamiento que hace el psicoanálisis a las pasiones consiste en diferenciarlas del deseo.  

Reflexiona que las pasiones podrían ser otro nombre para designar las manifestaciones del narcisismo, el cual consistiría en la frenética pasión del hombre por querer imprimir su imagen. Argumenta que esto es lo que nos lleva al odio, pues “¿qué otra cosa designa la frenética pasión si no es el odio? La fascinación por dejar huella de su propia imagen, fascinación que se entremezcla con el odio a fin de destruir todo lo que no corresponda a sí mismo.  

Da ejemplos que atraviesan la historia de las civilizaciones, a menudo cuando un pueblo toma posesión de la tierra de un enemigo, destruye todas las imágenes de manera que pueda imponer las del pueblo vencedor, y añade que esta destrucción, que se repite sistemáticamente, resultaría imposible de realizar sin el afecto del odio.  

Retoma el concepto de narcisismo para fundamentar el mecanismo de las pasiones. Recuerda que Freud sitúa el narcisismo del lado de la vida y contra la pulsión de muerte, del lado del deseo, aislando cuatro tipos de fijación: uno ama lo que uno es, lo que ha sido, o lo que uno quisiera ser. El cuarto tipo tiene que ver con la elección de objeto exterior, se ama a la persona que ha sido parte de su propio yo (es el amor narcisista). Se ama a la mujer nutricia y al hombre que protege, es el amor por apuntalamiento, que sigue siendo una de las formas del amor narcisista.   

Por otro lado, la perspectiva de Lacan sobre el narcisismo es más compleja, no conecta el narcisismo con la pulsión de vida, porque plantea que el narcisismo conduce más bien a la tensión agresiva, a la agresión suicida o a la inclinación a la muerte. Diferentes formas que resumen la dimensión mortífera del narcisismo y que traducen la identificación narcisista.  

El autor da como ejemplo los efectos en la pareja de un amor limitado al narcisismo, que Lacan define como acrimonia (causticidad) conyugal, dependencia mortal o amor embalsamado. Y también escoge dos citas de Lacan que sitúan “el apego mortal” como la única captación por la imagen que da lugar al amor a primera vista.  La primera sostiene que: “En el amor se ama al propio yo, al propio yo realizado a nivel imaginario” y en la segunda habla “del desencadenamiento del amor a primera vista en la figura de una mujer que encarna el modelo de la madre” (Izcovich, 2018). 

A dónde conduce el amor por la imagen

Vamos a seguir recurriendo al psicoanálisis para pensar el tema, puesto que constituye una orientación que con su esclarecimiento nos ayudará a arrojar luz sobre fenómenos que nos parecen incomprensibles.  

Hemos visto que el amor por la imagen nos permite entender las causas de determinados sentimientos que a menudo tienen un resultado nefasto.  

Izcovich se pregunta a dónde conduce este amor por la imagen. Y responde que con frecuencia da lugar a tres fenómenos que deben situarse del lado del programa mortífero del narcisismo. Explica también que se entrecruzan entre sí, pero que pueden diferenciarse, son: la idolatría de la imagen del Otro, el racismo y las causas perdidas.  Los tres emergen en el sujeto por la exclusión de toda la diferencia. 

Desde Lacan el autor aborda que hay un denominador común para las dos pasiones, amor y odio. Son pasiones que apuntan al ser del Otro, en cambio la ignorancia sirve como pantalla para no toparnos con lo íntimo que nos habita.  

Uno puede amar u odiar sin que el Otro lo sepa, pero también el Otro puede saber, y no sentirse concernido por el amor u odio que recibe. El odio es la pasión que mejor logra tocar lo que constituye la esencia del Otro, mientras el amor apunta al Otro pero lo vela al mismo tiempo, articulando así amor e ignorancia. De ahí viene el dicho popular “el amor es ciego”. El odio busca reducir al Otro, lo cual es imposible, por el contrario esta imposibilidad lo hace existir hasta el punto que resulta ser más fuerte que el amor. 

 

La pasión de la ignorancia

La pasión de la ignorancia la entendemos como el gusto del ser humano por la ignorancia –no quiero saber nada de eso-. Quizás pueda parecer chocante pero ese no querer saber es y fue la causa de muchas desgracias. Podríamos decir de forma extensiva que la pasión de la ignorancia es la resistencia neurótica a saber sobre nosotros/as mismos/as.  

Esclarece Izcovich (2018) con un ejemplo lo que podría ser, “la pasión de la ignorancia y la ciencia: es sensible entre los científicos”. Elucida con el ejemplo de la creación de la bomba atómica: los investigadores se refugian en un “yo no sabía que eso iba a servir para eso”, etc.  

El “no querer saber nada”, nos dice él, no es lo mismo que ser ignorante a nivel de las ideas. Es posible que todos queramos saber y seguir siendo ignorantes acerca del hecho de que hay en juego ese algo (lo real), que se relaciona con el sujeto, algo a lo que Lacan se refirió con la expresión “opacidad subjetiva”, apuntando con el término de opacidad a esa turbiedad, esa cosa personal, propia, interior, particular, que habita en el sujeto. 

Lacan utilizó un término para expresar los efectos de un análisis sobre esa opacidad, se trata del término elucidación, que tiene la connotación de traer a la luz. En el análisis se trata de la elucidación del deseo y también de la elucidación de esta opacidad de goce. Cuando se habla de goce, se podría decir sencillamente, esto que una/o no sabe de sí mismo, que se nos escapa y por eso no se podrá reconocer como propio.   

 

Un “petit” recorrido

En cuanto al amor, un amor más digno no es un amor pasión. Un amor más digno es lo que queda del amor después de la caída de los semblantes pasionales. Esto es después de la caída de las apariencias. Un nuevo amor que pueda inventar algo singular prescindiendo de la completud, o sea que se pueda prescindir de encontrar la media naranja. 

El odio pone en evidencia el odio a la diferencia.  Resalto aquí lo femenino, el cuerpo femenino lleva la marca de la diferencia, por eso en general los discursos religiosos plantean cubrirlo de los pies a la cabeza. 

Relata Assef (2014) que históricamente la mujer ha sido representante de lo impuro y que ha encarnado la representación cultural del efecto que tiene el discurso falocéntrico sostenido por siglos en la cultura.  

La mujer representa la diferencia fundamental que las religiones intentan reducir a la mínima expresión, de Lilit a Hipatia, de las brujas de Salem a la moral vitoriana, de las histéricas de Charcot a las feministas de los setenta, lo femenino no se puede reducir a la lógica fálica y eso es lo insoportable a través de los siglos. 

Cogeré una de las dimensiones que puede cernir el destino de la ignorancia en un análisis, “el horror a saber”. “Se trata de un no querer saber sobre la diferencia sexual de los sexos. Haberla cernido introduce al sujeto en una nueva dimensión; la de situar el sujeto en una posición ética que implica la posibilidad de un nuevo vínculo social que consienta admitir la diferencia”. (Izcovich 2018). 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

VALÉRIA FERREIRA. Psicòloga i Psicoanalista. Acreditada Psicòloga Sanitària. Membre de l’Associació Catalana per a la Clínica i l’Ensenyament de la Psicoanàlisi (ACCEP). Entre els varis estudis i publicacions, destaquen el Màster en “Estudios de la diferencia Sexual”, amb aprofundiment, des de l’antropologia i les ciències socials, en la Teoria de Gènere i la relació del social i cultural amb el femení. També el Màster en Teoria Psicoanalítica. Investiga el tema de “Los mecanismos psicológicos que actúan en las mujeres que están en posición de víctimas de violencia machista” dins del Doctorat Psicologia de la  Comunicació i Canvi a la UB.